martes, 30 de diciembre de 2008

Edward Cullen (L),

—¿No es de locos sentirse feliz justo en este momento? —le pregunté. La voz se me quebró dos veces.Él no me apartó. Me apretó fuerte contra su pecho, tan duro como el hielo, tan fuerte que me costaba respirar, incluso ahora, con mis pulmones intactos.—Sé exactamente a qué te refieres —murmuró—, pero nos sobran razones para ser felices. La primera es que seguimos vivos.—Sí —convine—. Ésa es una excelente razón.—Y juntos —musitó. Su aliento era tan dulce que hizo que la cabeza me diera vueltas.

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